sábado, 6 de julio de 2013

La aventura de aprender alemán

Hace ya casi un año que comencé a aprender este peculiar idioma, y me gustaría hacer una reflexión al respecto. He de confesar que el alemán es un idioma que nunca me ha llamado la atención: me parecía tosco y desagradable, lleno de consonantes y mayúsculas esparcidas por doquier. Afortunadamente, no hay “peor” combinación que la construida por curiosidad + pasión. Así, hace casi tres años, mis prejuicios sobre el idioma comenzaron a cambiar. Un compañero de universidad, que llevaba ya tiempo estudiando alemán para poder irse de Erasmus, me tomó como conejillo de Indias para practicar, a pesar de no entender yo nada, y me iba explicando con mucha ilusión, que había distintos casos, expresiones por aquí, por allá, el orden loco gramatical, etc. Y quieran que no, entre las ganas que le echaba, y mi curiosidad por los idiomas, al menos me quitó el estereotipo de alemán gigante bigotudo diciendo palabros horribles, y comencé a mirarlo con mejores ojos.

Tienes cara de Kartoffel
Por otra parte, llevaba bastante tiempo dentro de una zona de confort lingüística, algo malacostumbrada, en el cual me podían hablar en idiomas que llevaba bastante tiempo estudiando, que lo iba a entender. Pero ay, por algo dicen “Nunca digas nunca”. Por circunstancias del destino, hace aproximadamente un año me tocó cargarme las pilas, y comenzar a estudiar este idioma tan peculiar. 

Es todo un reto comenzar a aprender un idioma, y que te suelten en el país con los conocimientos básicos de las típicas guías de supervivencia cuando sales de turismo. Al principio predominan los momentos “Don’t panic”: Gente en el supermercado, gente que te pregunta por direcciones, abuelitas que te agradecen que les hayas dejado el sitio… y no entiendes nada de lo que quieren decir. Por suerte, la inmersión entre nativos te fuerza y facilita el aprendizaje del idioma, así que esa sensación termina pasando con los meses, y cada vez resulta más sencillo comprender lo que quiere decir la gente. 

Cosas que me llamaban al principio la atención, como el hecho de que hubiera mayúsculas por doquier, se convierten enseguida en algo habitual. (El hecho de que se puedan construir palabras kilométricas es algo a lo que aún no me he acostumbrado, cada vez que veo una se me escapa una sonrisa). La pronunciación, a pesar de no ser agradable, es bastante agradecida, ya que una vez aprendes las reglas existentes, puedes transcribir palabras que oyes, o pronunciar palabras nuevas sin temor a equivocarte. 

 Como contrapartida, el alemán es un idioma lleno de dialectos, y dependiendo de las regiones, cada uno pronuncia ciertas palabras de manera distinta, cosa que puede complicar bastante el proceso. Por último, me resulta un idioma demasiado posesivo. Si hubiera una carpeta cerebral dedicada a los idiomas, con su correspondiente porción de RAM, el alemán es un idioma que consume muchos recursos, y hace que olvides más rápidamente o pierdas fluidez en otros idiomas que hayas aprendido antes. 

Tras un año, puedo decir que ha sido una gran experiencia, y me siento bastante motivada. Los pequeños logros que se van consiguiendo, que pueden parecer muy tontos o sencillos si se intentan explicar a terceras personas, es como la típica barra de progreso de los videojuegos, te van estimulando poco a poco, y aunque queda un gran camino por delante, más que verlo como una barrera lo veo como un estimulante, un reto a ir superando con ilusión